domingo, 28 de junio de 2009

Lo de este tío es de preocupar....



Hemos estado mi gordi y yo pasando un rato esta tarde en la piscina, aprovechando que no hacía demasiado calor y que los domingos se hacen perezosos. Daba gloria estar entre sol y sombra, al fresquito. Allí hemos estado desde las cinco y media hasta las siete y algo practicando el noble arte del gorrineo despanzurrado sobre toalla (disciplina olímpica cualquier día de éstos). Y cuando hemos subido, la nena se ha ido corriendo al ordenador a chatear con sus amigas, mis costilla ha decidido ducharse y yo me he puesto a zapear tratando de encontrar algo coherente que llevarme a los ojos. Después de un programilla de videos de gente pegándose morrones (lo confieso sin rubor, me da la risa loca ver a la gente cayéndose por doquier), me he dejado llevar por el maldito futbol y he puesto la final de la cosa esa llamada Copa Confederaciones. Hace aproximadamente un mes que me enteré de que existía. Que si la leyenda roja, que si a por ellos, oé, que si nos los vamos a merendar, que la copa es nuestra sin bajarnos del autobús... De momento los yankis dan la sorpresa y empatan a dos con Brasil. ¿Los españoles? Bien, gracias, creo que han ganado el bronce, me he ido al agüita antes de que se consumara el "fastuoso" tercer puesto.

Estoy tomando apuntes, de verdad, para que no se me olvide ninguna de las frasecitas que el calvo de Tele 5 está soltando para la posteridad. El fan de Alonso no, otro calvo. Creo que esta cadena empeora muchísimo la alopecia galopante de sus periodistas. Este calvo del futbol es un pelín talibán, el muchacho. Le falta nada más que salir al campo y empujar a los brasileños. Pedazo integrista. Luego dicen que la gente se pega. Con comentaristas como éste no es de extrañar. Pero lo mejor son las perlas lingüísticas. Y la fijación casi enfermiza con el verbo "meter":

- "¡¡Madre mía, cómo mete el cuerpo este jugador!!" - Esto dicho con clara admiración y a gritos. El jugador es negro y está bastante fornido. Frunzo un poquito el ceño. (Acaba de marcar Brasil el 3º, amosnomejodas)
- "¡Metió la pierna lo justo!" - ¿Lo justo? ¿Lo justo para qué?
- "¡Es el momento de meterle más salsa a este partido!" - ¿Salsa? ¿Pierna? Dudo, dudo...
- "¡¡Qué pierna le ha metido Luisao!!" - Definitivamente me preocupo, porque cada vez que usa el verbo meter lo dice remarcando las consonantes, especialmente la "t" intermedia. Además está como acelerao. A mí que le ponen los cariocas.
- "Es que este jugador tiene un físico IMPRESIONAAANNNTTEEEEE!!" - Vale. De acuerdo. Es un hecho: le ponen los cariocas y si son mulatos mejor aún.
- "¡¡Ahí está ese jugador entrando con TOODOO!" - Teniendo en cuenta que entraba con todo por la espalda de otro jugador y el matiz baboseante del locutor, veo que ha perdido el norte por completo.
- "¡¡Luis Fabiano (me la t*ca con la mano, juas, juas)está haciendo valer ese cuerpo que tiene!!" - Ay, Dios, ya ni disimula. Tranquilo, calvo, que estás saliendo por la tele, que como te enfoquen vas a dar que hablar durante semanas, campeón.
- "El jugador norteamericano le ha tocado la pelota a Kaká" - Mierda, me lo he perdido. Y el realizador no lo repite. Debe ser que estamos en horario infantil.
- "Después de la dura entrada se ha llenado de balón" - Joeeeerrr, eso también me lo he perdido. No explica por dónde se ha llenado de balón, pero no veo a las asistencias corriendo para curar la dura entrada (seguro que con todo) y sacarle el balón. Me relajo. El mulato parece encontrarse bien, porque sonríe.

Pero después de este desparrame verbal, con el que me he reido cantidad, todo hay que decirlo, lo mejor ha sido la frase de mi costilla cuando ha habido un cambio en Brasil. Ha salido uno que se llamaba Elano y ha dicho: "Pues que lo fiche el Madrid, que va a tener un centro del campo genial: Elano con Diarrá y Kaká. No veas esos sevicios de limpieza....". Esta me la enmarco. Y encima empieza el Grand Prix, con un montón de panolis pegándose morrones. Qué final de domingo más bueno.

viernes, 26 de junio de 2009

El Ken Muletones (Vacaciones en Cedeira II)

A nadie más que a mi primísimo osete David se le ocurre irse en Semana Santa a los Mallos de Riglos, ponerse a subir laderas como De la Quadra Salcedo y partirse un tobillo por tres sitios. Pues eso hizo aquel 2001. Así, sin anestesia ni nada. El resultado, evidente: operación y labor de ferretería en el tobillo maltrecho, dónde le colocaron tornillos y chapas a cascoporro. Y ahí le tenemos todavía, pitando por todos los aeropuertos, bancos y museos.

Cuando llegó agosto estaba todavía bastante cojo. Tenía que usar muletas para todo y nada de apoyar el pié pocho. Y de baja, claro. No debía irse a lejanas tierras galaicas, pero se vino. Eso sí, con el desvío del teléfono de casa al móvil por si llamaba alguno de sus jefes a interesarse. Para colmo nuestro caserón alquilado tenía dos plantas y un tramo de escaleras recto pero puñetero, por lo que optó por una solución de compromiso para evitarse mamporros adicionales: alguien le subía las muletas y el lo hacía sentado. Vamos, que lo de ir de culo se le daba de perlas. Para bajar también. Y como él ha heredado la mala milk de las Moreno al despertar, por las mañanas era para verle bajar, con los ojos pegados, de culo y renegando en arameo.

Lo del equilibrio era de traca. David es un tipo bastante grandote, por lo que se bamboleaba que daba gusto por todas partes. Se escoraba de babor y estribor cual barquito velero en marejada atlántica, vamos. Así que,con mucha guasa y rechifla, le rebauticé como el Ken Muletones, el único muñeco que se cae por rincones. Marca registrada. Made in Spain.

Ahora, lo mejor de todo era lo de ir a la playa. A David le encanta bañarse, incluso en aguas tan frías como las de aquellos lares y no perdía la ocasión cada tarde de hacerlo. Primero el paseo del coche a la playa, que eran apenas 50 metros, pero que a él se le hacía la Maratón de Nueva York. Luego se aposentaba cual Buda lesionado sobre una toalla mientras los demás montábamos a su alrededor el chiringuito de sombrillas (todos menos Manolo, que aborrece la arena en todas sus expresiones y huía rumbo al chiringuito dejándonos a merced de los elementos). Y en un determinado momento, sin previo aviso decía que se iba a bañar. Señoras, señores.... ¡el espectáculo va a comenzar!

O bien su madre o bien mi hermanísima o bien yo (o todas, porque aquello merecía la pena verse) le acompañábamos a la orilla. Pero como andar por la arena con las muletas es un tarea pelín "jodidilla", optaba por ir a cuatro patas o más bien a dos manos y dos rodillas. Arf, arf, arf, iba haciendo el muchachote rumbo al agua que para más inri siempre le pillaba con la marea baja, la puñetera. Nosotras animábamos con alborozo: ¡hala, David, que ya llegas! ¡machote, machoteee, machoteeeee! ¡venga, que no se diga, ánimo, ánimo! ¿por qué no os vais todas a hacer puñetas, ricas? Uy, que arisco eres primo, eso van a ser los antiinflamatorios, que te agrían el carácter...

Entonces llegaba al agua. Esas olitas que le empiezan a subir cuerpo arriba. Ese David que se va quedando sin respiración y hace ruidos extraños tipo arg, uf, urghhh, mierrrrda, bof, bof, bof. El agua que alcanza la tripa. AAARRRRGGGGHHHHH. Relaja, David, relaja, no luches, relaja. Por fín quedaba casi cubierto y pasito a paso (de sus cuatro patas) y luego nadando iba yéndose hacia el fondo para flotar cual boya feliz y chapotear un poco. Allí le dejábamos y volvíamos a las toallas a seguir charlando de nuestras cosas. De vez en cuando mirábamos hacia la cabecita flotante que iba y venía tipi, tipi, tipi por encima del agua. Hasta que se veía levantar un brazo allá en lontananza que saludaba. Mira, nos dice hola, qué majo. Y las tres saludando al unísono ¡¡holaaaaaaaaa!!. Pues insiste el tío, mira qué arte, qué bien mueve el bracito. La pierna será una patata pero el brazo está muy sano. Oye, que no para... ¿le habrá dado un calambre?.. Anda, a ver si lo que quiere es salir, vamos, vamos...

Y allí volvíamos con las muletas en la mano, para que no se pusiera como una croqueta en el camino de vuelta. Salía de nuevo a cuatro patas, ligeramente morado, con los dedetes arrugaditos y refunfuñando algo sobre la ceguera congénita de sus familiares femeninas. Eso sí, decía que se lo había pasado bomba.

Lo del Ken Muletones se lo recordamos muy a menudo y nos vuelve a dar la risa floja. Creo que la imagen de David entrando en el agua de esa guisa va a pasar a los anales de la historia. Lástima de cámara digital, demonios.

miércoles, 24 de junio de 2009

It's raining man...¡¡ALELUYA!!

Aprovechando que tengo el día de colores, que el tiempo acompaña y que cada vez huele más a vacaciones y a playita, me decido a hacer un homenaje a los hombretones de mi harén. Ya que a estas alturas no tengo carpeta en la que colocarlos (y no por falta de ganas, no), los planto aquí, cual hermosos árboles a cuya sombra cobijarse. Ains.... ¿por qué de estos no los encuentras por la calle, vive Dios?. Por cierto, Luis querido, tu ausencia es notable, pero como no te animas a pasarme fotos con las pesas, pues no hay manera. Luego dices que no te vendes. Mis queridas Moreno Sister y mujeres del mundo mundial en general: helos aquí. Gocemos, gocemos...

domingo, 21 de junio de 2009

El Alquitranador Mutante (Vacaciones en Cedeira I)



Ayer nos juntamos a comer en mi casa con mis titos para luego ir por la tarde a ver el Parque Arqueológico de Carranque (con la que estaba cayendo, ya nos vale, pedazo chicharrera que nos chupamos). Y mientras nos tomábamos nuestro habitual vermú en la cocina, Mariví me dijo que tenía que contar aquí nuestras peripecias en aquel mes que pasamos en Cedeira todos juntos, que eso sí que era para revivirlo. Asi que dejo lo de la excursión a Carranque para un poco más adelante (y que contaré con muchos pelos y muchas señales) y procedo a entrar en la primera parte de nuestras emocionantes aventuras por tierras galaicas, un mes de agosto de 2001.

La pena es que por entonces no contábamos con cámaras digitales. Una lástima, porque la casa que alquilamos en Cedeira para pasar aquel mes era alucinante. Dos plantas, cocina con salón, otro salón adicional, cinco dormitorios, dos baños (uno con bañera redonda), sala de lavadora y plancha y una terraza superior para tender bastante hermosa. Además tenía una finca posterior del tamaño de casi un campo de futbol, en la que lucían esplendorosas varias plantas de kiwis que a mi gordita rellena, que tenía entonces casi tres años, le daban mucho "tusto". Y una mesa con un banco a cada lado para comer a la sombra de los árboles. Vamos, lo más parecido al paraiso vacacional. Estaba a unos 5 kilómetros del centro de Cedeira y de la playa, en medio de un pequeño montecito y nos rodeaban otras fincas similares con vaquiñas, huertos y gallinitas a montones. Muy bonito todo.



Para acceder a la casa había que tomar una carretera muy típica de la zona, de esas sin rayas ni enmedio ni a los lados, con curvas ciegas en las que hay que pitar para que no te arrolle un posible coche bajando de frente y árboles tremendos a ambos lados con ramas tan enormes y con tanto peso, que caían hacia la carretera casi haciendo túnel en algunas partes del recorrido. Justo enfrente de la casa, al otro lado de la carreterilla y un poco a la izquierda, había un edificio bastante grande y abandonado, verde de arriba a abajo, que nos llamaba mucho la atención. Valientes y osadas como somos las Moreno, una tarde nos acercamos a ver que era y descubrimos que se trataba de una antigua escuela abandonada, con la maleza casi tapando los escalones de entrada y llegando ya a la altura de las ventanas de la planta baja. "Uy, qué mal rollo" decía mi hermanísima "esto en invierno y con tormenta debe ser de película de terror".

Un día, bajando a la playa por la mañana, descubrimos que estaban haciendo obras en la carreterilla, casi en el cruce con la carretera del pueblo. Y de pronto apareció. Estaba allí, plantado en medio del asfalto, vestido con un mono de color indefinido (o chichimona, que decía mi abuela), las piernas abiertas, gafas de protección, mascarilla renegrida, orejeras para el ruido y un artilugio colgado en la espalda del que salía una especie de tubo que sostenía en el mano. Era como el de la Matanza de Texas pero en gallego y lleno de alquitrán. Ostras, ostras, dijimos todos, ¿pero qué demonios es esoooooo? ¿y esta pesteeeeee? ¡¡alquitrán!! ¡¡mierda, están alquitranando!! ¡¡cerrad las ventanillas y las narices!! Vosotros diréis lo que queráis, pero para mí que ese tío nos mira feo... Pasemos despacio, no nos llene de mugre... Joer, si no se le ve la cara... Claro, con la peste ha mutao, por eso se tapa... Debe estar lleno de pompas...Que nos mira mal, que os lo digo yo, fijaos que no se aparta... Sooo, Manolo, sooo, a ver si le atropellas y nos maldice o algo...Que da miedo el tío... ¡¡Venga, aprovechemos, que se ha hecho a un lado, corred, corred!!....

Correr, no podíamos mucho, en dos coches y con la carretera en obras, pero os juro que aquel sujeto era cuando menos, inquietante. No nos quitó la vista de encima hasta que torcimos a la derecha y le perdimos en lontananza. Durante dos o tres días le estuvimos viendo en la carretera. La misma pose, el mismo descaro mirando, la misma cara oculta tras kilos de alquitrán y todos los inventos que llevaba puestos. Un ser extraño y sobrenatural. Le bautizamos como El Alquitranador Mutante. Jamás un nombre fué tan apropiado.



Y hete aquí que una noche, mientras cenábamos en el pueblo y nos poníamos como el tenazas a base de caldo gallego, pulpo y otras delicias culinarias, se desató un tormentón como sólo se ven en Galicia y cerca del mar. Los rayos rompían el cielo en dos y los truenos hacían retumbar hasta los cristales. Decidimos pagar y subirnos a casa antes de que la tromba de agua comenzase a caer. En el coche de delante, mi hermanísima, mi cuñado, mi primo David y mi hijo mayor. Detrás, Mariví, Manolo, mi gordita, mi costilla y yo. Cuando íbamos a tomar la carretera de salida del pueblo rumbo a la carreterilla del monte, se nos cuela por medio un dos caballos cochambroso conducido por un abuelo, que se pone a 20 por hora y sin hacer intención de modificar la velocidad. La lluvia empezó a jarrear de una forma espantosa. Casi no veíamos ni dos metros por delante. Las luces de Cedeira que se van al garete. Apagón total. El viejo a lo suyo. Nosotros jurando en arameo. El coche de mi cuñado, suponíamos, había seguido para delante. Casi nos pasamos la entrada porque no se veía practicamente nada.

Tomamos la carreterilla con bastante prudencia y despacito, porque aquello comenzaba a parecerse muy mucho a una peli de terror de serie "B". La humedad salía del suelo en forma de bruma, provocando una niebla de jirones que se levantaban frente a los faros de coche. Las ramas de los árboles nos tocaban el techo y se movían como locas por efecto del vendaval.
- Ya verás. Ahora aparece el Alquitranador mutante en medio de la carretera.
- Vete al guano, Mariví.
- Hombre, si éstos han llegado ya, estará la puerta abierta y no nos empaparemos.
- Eso si no se los ha comido el Alquitranador.
- O los fantasmas de la escuela abandonada.
- Estáis las dos mu tontas, me parece.
- Calla y conduce, Manolo y echa el seguro a las puertas.... Oye...¿qué es eso?...¿no son los faros de detrás de un coche?... Leches, si es el coche de Jose...
- ¿Y qué hace ahí parado en medio de la carretera, el muy memo? ¿Se habrán quedado tirados?
- ¡¡¡Se los ha comido el Alquitranador!!! ¡¡¡Seguro que el coche está vacío y con las llaves puestas!!!
- A ver si os voy a tener que dar un par de yoyas, vaya dos....
- Frena, Manolo, frena, que parece que están dentro...
- Sí, nos miran y nos saludan...
- Para que nos acerquemos, ahora son zombis comecerebros..
- Yoli, calla, bonita...

Al ver que estábamos justo detrás, Jose arrancó y seguimos rumbo a la casa. Cada vez llovía más, los rayos iluminaban todo el campo y los truenos se sentían hasta dentro del coche. Todo estaba oscuro, tétrico a más no poder, os aseguro que daba bastante miedo. Aparcamos delante de la casa y Almu se bajó y abrió la puerta para que los demás echásemos a correr hacia el interior. Ya dentro, nos explicábamos y nos quitábamos la palabra unos a otros:
- Pero bueno ¿se puede saber dónde demonios estábais? ¡Anda que no habéis tardado!
- Un yayo medio lelo que nos traía a veinte... Madre mía qué forma de llover...
- Joer, si casi nos pasamos la entrada...
- Y nosotros, cómo está la carretera ¿verdad?. Da miedito. Por cierto ¿y vosotros que porras haciáis parados ahí en medio?
- Esta bien, lo confesamos... que nos daba susto venir solos. Pero mucho susto, la verdad... Con la tormenta, la escuela abandonada, el Alquitranador...
- ¡¡No me digas que lo habéis visto!!
- No, no, quita, quita, sólo nos lo imaginábamos....
- Y nosotros pensando que os había comido, que por eso estábais parados...
- Pues mira, yo por ese lado estaba muy tranquilo - dijo David mientras se acomodaba en el sofá - Como el malo, habitualmente, suele masacrar a los que vienen detrás...

martes, 16 de junio de 2009

El rey de las cosas pequeñas

Hacía mucho que no veía en la tele algo que me hiciese reir a carcajadas. Lloraba y todo. Qué bien me lo pasé. Mi hermanísima también lo vió y llevamos varios días con los "calumores" y muertas de risa. Es un monólogo de Luis Piedrahita en El Hormiguero leyendo la carta de comidas de un Kebab de El Altet, Alicante. Impagable.

domingo, 14 de junio de 2009

Alucinante

Ayer las Moreno Sisters y nuestras respectivas familias nos reunimos en Pinares para celebrar el cumple de mi sobrina. Dieciseis añazos ya. Y cómo le lucen. Está guapísima, mayorcísima, presumidísima y divinísima en general. Realmente no es sobrina como tal, porque su madre y yo somos primas, pero ya nos vale, para el caso es lo mismo. Como mi tía está recién operada de una cadera y anda un pelín renqueante, mi prima decidió que la fiesta de cumple la haríamos en la urbanización dónde vive su madre y aprovechar la terraza del bar, que está bajo frondosos arbolitos y donde siempre nos tratan a cuerpo de emperatriz. El único invitado añadido y con el que no contábamos era el horrible calor que nos golpea por los madriles estos días. Ayer, 39,5 grados cuando salíamos de casa a las seis de la tarde, lo que provocó que a eso de las siete, cuando ya estábamos sentaditos y con las jarras de sangría chorreando hielo, se montase una tormenta de las que hacen afición. Huimos al interior, claro, dónde el aire acondicionado era lo más parecido al Nirvana.

Como siempre en estas ocasiones, las conversaciones fueron de lo más variado y en gereral nos lo pasamos francamente bien entre raciones, tapas y bebidas frescas. Fué casi al final, cuando estábamos a punto de irnos (las 11 de la noche, habíamos vuelto al exterior, pero ni refrescaba ni porras) cuando mi primísima contó lo que le había pasado a mi hermosa sobrina cumpleañera hacía unos días. Y alucinamos todos a una como Fuenteovejuna.

Mi prima tiene a su madre recién operada y a su abuela con un pié roto. Ella es hija única, asi que la pobre se multiplica como los panes y los peces y va todo el día corriendo para llegar a atender a las dos cojitas, llevar y recoger a hijo pequeño al cole, preparar comidas, hacer tres compras diferentes... Vamos, un estress de vida, la pobre. Hace unos días, cuando volvió a casa, reventada, agotada y al borde del colapso, su hija le dijo que le dolía muchísimo la garganta, que si se tomaba algo o bajaba a la farmacia. Ellos tienen el centro de salud a la vuelta de su casa, dos minutos andando y, cómo era sábado, le dijo que, mientras ella subía la compra del coche y se ponía con la comida, que la niña bajase de una carrera (era sábado) y que le dijese al médico que le diese algo, porque a simple vista tenía placas en su dolorida garganta.

Y allá fué mi sobri, tan mona ella, a una semana de cumplir los 16. Cuando volvió traía unas recetas en la mano y las instrucciones para tomarse los medicamentos. Mi prima, aliviada, le preguntó si había tenido algún problema. Y la niña le dijo que el médico le había advertido "que la próxima vez que fuese a consulta tenía que hacerlo acompañada de un adulto". Alucinante. Es decir, que con la nueva ley una niña de 16 años puede abortar sin que lo sepan sus padres, pero no puede ir a médico a que le receten antibióticos para la garganta. Y eso que la niña le dijo que su madre no podía ir.

A mí estas cosas me dejan completamente ojiplática. Que no le está pidiendo metadona, ni la píldora del día después ni una revisión ginecológica. Que con abrir la boca las placas se veían de lejos. Para unas cosas tanto y para otras tan poco. Hay que remolacharse.

martes, 9 de junio de 2009

Los Galeones de Rande (Segunda Parte - La Batalla)


La Flota de Indias, fondeada en la Bahía de San Simón, no sabía lo que se le venía encima. Rooke, el inglés que mantenía el cerco a Cádiz y al que le habían dado estopa de la buena desde la ciudad (perdió 10 navíos y 6 fragatas), se entera de hacia dónde se dirigen los galeones españoles cargados de oro, por lo que pone rumbo a Finisterre, dónde llega el 20 de octubre. Ordena a dos balandras hacer una batida por todas las rías gallegas en busca de su objetivo y, una vez hallado en Vigo, manda buscar a la escuadra anglo-holandesa de Shovel. Entre ambas flotas sumaban 27 navíos de línea, 5 fragatas, 6 cañoneras, 10 barcos incendiarios y 9 bajeles mercantes; en hombres, unos 15.000.

Mientras Rooke organizaba el reencuentro de las dos flotas y el posible ataque, los galeones españoles empiezan a desembarcar a toda prisa la parte de las mercancías que corresponden a la corona, que son cargadas en carros de bueyes y enviadas a Santiago de Compostela, Lugo, Toledo, Valladolid y Madrid. Algunos carros fueron asaltados en el camino y robado su contenido y como caso curioso tenemos el del suceso de Chantada (Lugo), donde el señor de la villa, Juan Manuel Enríquez Sarmiento, interceptó las mercancías pensando que eran fruto de un robo, ya que no tenía ni idea de lo que acontecía en Vigo. El quinto real llegó a Madrid, frente al Casón del Buen Retiro, el 30 de octubre. El príncipe de Barbazón, capitán general de Galicia, con instrucciones de Velasco y Chateaurenault, distribuyó los efectivos terrestres en las maltrechas baterías de la bahía. Unos 800 hombres entre Vigo y Rande, en cuya fortaleza Velasco colocó una compañía de infantería de su nao capitana, la “Jesús, María y José”, otros 400 hombres más. Milicianos de la zona, unos 300, se ubicaron en las proximidades de este bastión semiderruido y en Vigo se atrincheran casi 1000 soldados entre la pedanía de Castro y el también destrozado fuerte de San Sebastián.

El domingo 22 de octubre por la mañana, los lugareños de Donón (Pontevedra) pueden contemplar un espectáculo asombroso: una ristra interminable de velas se dirige en completo silencio a la bocana de la ría de Vigo. Según la cuenta de algunos pescadores eran 189 barcos de bandera desconocida que asomaban entre la niebla reinante. Cuando la bruma se despeja pudo verse la enorme flota de Shovel y Rooke, que queda anclada frente a Cangas. Los vigías españoles, al reconocer las enseñas y banderas, corren a dar parte de Velasco y Chateaurenault. Aún quedaban galeones sin desembarcar mercancías.

En cuanto despuntó el día, Rooke puso en marcha a sus buques, que dividió en dos grupos. La escuadra de Shovell se mantuvo a la salida de la ría por si la flota de Chateaurenault intentaba salir a mar abierto. Poco antes de las 11 de la mañana, una doble andanada de cañonazos franceses atruena la ría de Vigo: buscan el casco del navío inglés Torbay, que había hecho una mala maniobra y estaba expuesto al fuego enemigo. Un buen número de buques galos se suma a la andanada brutal de cañonazos, tratando de mandar a pique al Torbay, ensordeciendo a todo ser vivo en kilómetros a la redonda.

Entretanto, la fortaleza de Rande había claudicado ante el empuje de una fuerza muy superior de hombres desembarcados desde los buques ingleses y sus piezas se dirigían ahora a la flota franco-española. Chateaurenault se desesperaba al ver como los navíos que protegían a los galeones eran ahora atacados por babor –navíos enemigos- y estribor –fuertes capturados- y quedaban en medio de un mortífero fuego cruzado. Una vez abierta la barrera, que precariamente se había construido con cadenas y que había aguantado bastante poco, había dentro de la bahía casi 60 navíos invasores cercando y cañoneando a menos de 20 franco-españoles. El número de cañones anglo-holandés era 3 veces mayor que el franco-español, sin contar las piezas de tierra.

Los galeones más alejados de la dársena, como el Santo Cristo de Maracaibo o el Nuestra Señora del Rosario, todavía conservaban parte de su carga y los ingleses Monmouth, Grafton y Kent, todos armados con 70 cañones, se estaban aproximando peligrosamente a ellos. El capitán Jennings, del primero, había recibido el informe de que esos tres galeones eran los únicos que portaban algún tesoro, pues los demás estaban completamente vacíos. Avisado Rooke, éste mandó a aquellos tres buques que rompiesen la línea gala y los abordasen. Chateaurenault ya había consensuado con Velasco la posibilidad de quemar y hundir sus barcos y los galeones como mal menor. Convertida en una ratonera anegada de escombros, la bahía de San Simón no ofrecía ninguna garantía para la navegación fluida, amén de que las arboladuras de los barcos franco-españoles estaban casi amputadas. La posibilidad de huida era nula. Desde los navíos ingleses, con rabia, comienzan a ver una sucesión de pequeños incendios que empezaron en los buques de la flota de la plata. Material inflamable había sido extendido por las cubiertas y aparejo y el contralmirante José Chacón en persona prendió fuego a la vela mayor de su nave, la Bufona. Al ver las intenciones del enemigo, Rooke se apresuró a señalar que parasen los disparos definitivamente y se intentase sofocar el fuego, principalmente de los barcos que aún tenían carga en sus bodegas.

Desde la aldea de Teis, de donde eran naturales la mayoría de los campesinos que habían colaborado en la descarga de las naves, los aterrados espectadores veían como el Santo Cristo de Maracaibo quedaba a merced de las olas. El Monmouth remolcó al Santo Cristo en dirección norte, con intención de sacarlo de la ría. Su capitán, Jennings, aullaba desde la cubierta a la dotación de presa del galeón para que desplegasen las velas y apurasen la marcha. El Santo Cristo tenía varios disparos en el costado de babor, pero su velamen y palos estaban casi intactos. Mientras todo esto sucedía, Velasco tuvo que enfrentarse a su tripulación que, en botes, querían aproximarse al Santo Cristo para tratar de hacerse con mercancías valiosas. El almirante español, blandiendo su arma, tuvo que obligarles a rematar la quema de la nao capitana. Una vez conseguido, enfundó su arma, saltó por la borda y nadó hasta la lancha británica en la que ya estaba preso el contralmirante Falcón y fue llevado hasta el navío Bedford, desde donde pudo ver como las llamas devoraban la bandera de los Austrias que aún ondeaba en el palo de mesana de su nave. Fiel defensor de la línea de los Habsburgo, el almirante se había negado a reemplazarla por la Felipe V. Poco después el barco se hundió y todavía puede intuirse su fantasmal figura entre las bateas de mejillones de las turbias aguas de la ría de Vigo.
Una explosión endemoniada sembró de astillas quemadas y trozos de tela ensangrentada los alrededores del galeón Nuestra Señora del Rosario. La fragata francesa Dauphine había estallado y arrojado a decenas de metros de distancia a su esforzada tripulación que había cumplido con celo y disciplina la orden de no abandonar el barco hasta estar seguros de que se quemaba y se hundía

Dando ejemplo a sus oficiales, Chateaurenault se precipitó a bordo de un bote arriado a última hora del Le Fort. Remando con vigor junto a su capitán y 15 marineros, algunos con las manos o los mosquetes, intentaban alejarse del sofocante calor que desprendía el navío en llamas. El que fuera buque insignia de la flota franco-española ardía como un candil en medio de la ría de Vigo y su humo se sumaba a la nebulosa que envolvía aquel escenario tétrico. El almirante francés suscribió a rajatabla el código del buen comandante: fue el último en abandonar el barco. La llegada de la tarde se iluminaba con las llamas de los galeones ardiendo. El San Diego de San Francisco Javier y Nuestra Señora del Rosario fueron arrastrados fuera de la ría a la mañana siguiente, y con ellos un botín para los ingleses de unas 25.000 libras. Con parte de ellas la corona inglesa acuño una serie de monedas conmemorativas de la batalla.

El tercer galeón capturado, el Santo Cristo de Maracaibo, que era remolcado por el Monmouth a la altura de las Islas Cíes, se precipitó contra el estribor del buque inglés cuando éste chocó contra un pedregal de la isla más al sur. El capitán inglés, Jennings, a punto estuvo de caer por la borda en el accidente. Al Monmouth se le abrió una brecha enorme en la proa. Los cables que remolcaban al Santo Cristo se rompieron casi en su totalidad y las olas lo empujaban sin remedio contra las piedras. Las dos naves estaban fuera de control, pero los ingleses aún trataban de asegurar el botín del Santo Cristo. Arriaron botes y casi 100 hombres llegaron al galeón español y treparon por sus escalerillas

El galeón se escoraba a babor y las olas y el viento dejaban una imagen borrosa de su contorno, que, debido al agua en su interior, ya empezaba a quedar a la altura de la superficie marina. Los hombres de Jennings descargaban apresuradamente y tiraban al mar todo lo que podían, mientras otros marineros lo recogían como podían del agua. Otro crujido atravesó la mañana gallega. El Santo Cristo se había partido en dos y hacía agua por doquier. La dotación enviada por Jennings y la que ya había en el galeón se esforzaron por desalojar de sus bodegas todo lo tuviese valor. Hasta el propio Jennings se lanzó a la rapiña, abandonando su propio barco. Cuando Rooke, que venía en su ayuda, llegó al escenario del suceso, el Santo Cristo ya se había hundido. Los ingleses lograron unas 20.000 libras. El resto del cargamento del galeón, que algunos historiadores cifran en un millón de pesos de la época, sigue bajo el mar.

En su afán por salvar los tesoros, casi 400 hombres de la flota invasora murieron después de la batalla. Sólo el Santo Cristo se llevó a 190, que estaban en su interior en el momento de irse a pique. A estas bajas hay que sumar las producidas en el combate, por lo que el total rondaría los 1200 caídos. Las bajas franco-españolas fueron más reducidas, unas 800, principalmente francesas y en los combates de tierra, defendiendo el fuerte de Rande y el de San Sebastián.

miércoles, 3 de junio de 2009

Los galeones de Rande (Primera Parte)


Siempre me pareció fascinante cuando me lo contaba el abuelo. Galeones hundidos, tesoros perdidos, una batalla a cañonazos.... Y me enseñaba, de modo casi reverencial, la acción al portador de 500 pesetas (pesetas del año 1936, una pasta gansa) del grupo financiero de Los Galeones de Vigo, que se había fundado para intentar por enésima vez la tarea de extraer el supuesto tesoro que había quedado bajo las aguas de la Bahía de San Simón y del estrecho de Rande, en Vigo. El grupo financiero tenía su sede en la madrileña calle de Martín de los Heros, 25 y su capital era de cuatro millones de pesetas. Una empresa romántica que, como todas hasta la fecha, no obtuvieron fruto alguno.

Con los años pude ir informándome acerca de lo que sucedió en Rande en el año 1702 y me siguió pareciendo fascinante. Más aún, incluso. Recuerdo que en una ocasión, siendo ya adolescente, cruzamos el impresionante puente de Rande, construido hace ya 25 años para pasar de lado a lado de la ría de Vigo, y pensé: están aquí debajo. Aquí siguen. Hasta Julio Verne se dejó llevar por la leyenda del oro perdido en el fondo de la ría, haciendo que en su novela "20.000 Leguas de Viaje Submarino" el capitán Nemo acudiese periódicamente a estas aguas para obtener las riquezas suficientes, primero para construir el Nautilus y después para su mantenimiento.

Aún hoy, en 2009 y con toda la tecnología posible, el misterio de los tesoros hundidos en Rande sigue tan vigente como hace dos siglos. Las pruebas realizadas a lo largo de los años parecen negar la posibilidad pero ¿hay algo de verdad en todo ello? ¿Es cierto que muchos de los galeones fueron hundidos con sus bodegas aún llenas de piezas de oro y plata, porque no dió tiempo a desembarcarlas?

Como la historia de aquellos galeones, de la batalla y de la leyenda del tesoro es larga, voy a rendir homenaje, salvando las enormes distancias, al genial Alejandro Dumas, que iba publicando sus novelas, como "Los Tres Mosqueteros", en los períódicos y por entregas. Así no resultará demasiado pesado ni farragoso.

El 19 de Julio de 1699 parte de Cádiz la Flota de Indias, compuesta por 19 galeones. La nave capitana era la "Jesús, María y José", al mando de Don Manuel de Velasco y Tejada, un buque construido en Pasajes como mercante para las travesías de las Indias en 1692 ó 1693. Cuentan de ella que era un buque poco velero y con defectos de construcción, pero era lo mejor que se podía encontrar por entonces, dadas las grandes carencias de la Armada a principios del XVIII. Contaba con 36 cañones de pequeño calibre y otros 4 colocados en la toldilla, aunque algunas fuentes le otorgan 44 cañones. Toda la flota entra en Veracruz a finales de septiembre de ese mismo año 1699.

Las tareas de carga de las mercancías son largas. Las crónicas cuentan que era la carga más grande y rica que venía de las Indias hasta la fecha. Además hay que tener en cuenta que lo que contenían los galeones solía ser unas diez veces superior a lo que mencionaban los registros. En esta ocasión había que añadir que la flota llevaba una escolta de navíos franceses de guerra, unos 20, que también embarcaron mercancías en sus bodegas por los que no se pagaban derechos reales ni de travesía, y que no constaban en libro alguno.

Cuando van a emprender el viaje de vuelta, España se halla inmersa en plena Guerra de Sucesión, al haber sido coronado rey Felipe de Anjou - Felipe V - tras la muerte sin descendencia del último de los Austrias, Carlos II. Deberían haber vuelto al puerto de partida, Cádiz, para que la Casa de Contratación, afincada en Sevilla, se hiciese cargo de las riquezas transportadas. Pero Cádiz se encuentra sitiada por el inglés Rooke, por lo que el desembarco allí es imposible. El capitán de la flota francesa, el conde de Chateaurenault, intenta que la Flota de Indias siga hacia el norte y desembarque en algún puerto atlántico francés, pero los mandos españoles se niegan: han de hacerlo en puerto español. Primero se pensó en llegar hasta El Ferrol, pero una escuadra anglo-holandesa, al mando de Sir Cloudesley Shavel les cerraba el paso entre Ortegal y Finisterre, por lo que la opción de Rande y San Simón les parece la más segura. Fondean el 22 de Octubre de 1702.

La bahía, para colmo de desdichas, estaba muy mal defendida. Los fuertes que la protegían, en ruinas, las baterías casi desmanteladas, las milicias escasamente pertrechadas.... Además la Casa de Contratación se negaba categoricamente al desembarco de las mercancía en Vigo, ya que aseguraba que allí no había nadie capacitado para recaudar los impuestos de la Corona. El retraso en el desembarco de los tesoros se alarga cada vez más. La burocracia, lenta y torpe como actualmente, facilita que la escuadra anglo-holandesa llegue a la ría de Vigo antes de que pueda completarse el desembarco de lo que portaban los galeones. El avistamiento de los buques enemigos hace saltar todas las alarmas entre españoles y franceses. Se dispone que los galeones españoles se refugien al fondo de la bahía de San Simón y los buques de guerra franceses se aprestan a la defensa colocándose en línea frente a la bocana de la bahía, el famoso estrecho de Rande.

La batalla está a punto de comenzar.

martes, 2 de junio de 2009

Inicios de verano

Este fin de semana lo he pasado casi en exclusiva en Getafe, en sus fiestas de cada año. Bueno, el fín de semana y parte del lunes, ya que allí este día es festivo. Hemos pasado un calor apabullante, casi parecía el mes de julio y ni siquiera a la caída del sol bajaban los grados suficientes para que corriese fresquito. Hemos tomado cervecitas, hemos visto procesiones, hemos comido con la familia, hemos padecido dolores de piés importantes y nos hemos encontrado con gente a la que hacía la tira de tiempo que no veíamos. Generalmente me hace mucha ilusión este tipo de encuentros, aunque siempre está la vecina del barrio que te conoce de pequeña, que antes de darte los dos besos de rigor te planta en tu cara lo de "pues yo creo que has engordado" o "ya se te van notando los añitos, bonita". Gracias. Yo también te quiero.

Mis sobrinas mayores cotorreaban ayer acerca de los exámenes y de que en estas fechas están siempre hasta las orejas de estudiar. Y me he acordado de mi etapa universitaria, cuando teníamos exámenes desde mediados de mayo hasta casi primeros de julio y las fiestas nos cogían siempre atacados de los nervios y estresaditos perdidos. Había exámenes que nos tocaba pasarlos en sábado por la tarde (qué gran planificación de la facultad) y, a la que volvíamos de hacerlos, cansados, quemados y con la espalda dolorida por los duros bancos del Aula Magna, nos sentábamos en una terraza próxima a la parada del autobús para tomar un agua de Valencia. La gente iba y venía, endomingada como en los días grandes, camino a la feria o a tomar algo en los chiringuitos, y los vendedores de globos se multiplicaban como los panes y los peces.

Mis compañeros de facu y yo solíamos quedar un día en las fiestas para irnos a bailar y a tomar cervezas y mojitos, dejando a un lado, excepcionalmente, a nuestros amigos habituales. Por entonces, en cualquier solar sin construir del centro de Getafe, se montaba un chiringuito con mesas y una orquesta, chiringuitos que solían pertenecer a los partidos políticos. Asi que lo normal era decir: vamos a Izquierda Unida, vamos al PP o vamos al PSOE. Siempre sentimos preferencia por el de Izquierda Unida, era el que mejor ambiente tenía y sus mojitos eran espectaculares. Al día siguiente, vuelta a la normalidad, a meter las orejas entre los libros hasta las tantas, mientras a través de la ventana abierta te llegaba el eco lejano de la música y la juerga.

Ha habido años que las fiestas han sido pasadas por agua (dicen que en cuanto mueven a la Virgen de los Angeles, llueve) o ha hecho hasta frío, pero siempre las asocio con calor y buen tiempo. La ciudad se convertía en una especie de terraza de verano improvisada con mesas y sombrillas por todos lados. Llegabas a preguntarte si de verdad vivía tanta gente en Getafe o es que les había dado por salir a todos al tiempo, para agobiarte a posta. La feria aún estaba en el casco urbano. Ahora la instalan en las afueras, donde no moleste tanto a los vecinos, cosa comprensible a todas luces, pero que hace perder encanto al asunto. Y los chiringuitos desaparecieron cuando algún avispado constructor se percató de las posibilidades del solar en vertical con pisos de dos dormitorios y terrazas a la calle.

Las fiestas de Getafe siempre han sido el hall de entrada el verano, esa puertita pequeña que entreabríamos para ver allá al fondo la promesa cierta del fín de las obligaciones, de las tardes eternas en el parque hasta que la noche se hacía negra y oscura, cuajadita de estrellas, de la posibilidad de volver a ver el mar un año más. Ayer, mientras el sol me chamuscaba la nariz y veía a la gente paseando por la calle Madrid, pensé que hay cosas que nunca cambian.