martes, 2 de junio de 2009

Inicios de verano

Este fin de semana lo he pasado casi en exclusiva en Getafe, en sus fiestas de cada año. Bueno, el fín de semana y parte del lunes, ya que allí este día es festivo. Hemos pasado un calor apabullante, casi parecía el mes de julio y ni siquiera a la caída del sol bajaban los grados suficientes para que corriese fresquito. Hemos tomado cervecitas, hemos visto procesiones, hemos comido con la familia, hemos padecido dolores de piés importantes y nos hemos encontrado con gente a la que hacía la tira de tiempo que no veíamos. Generalmente me hace mucha ilusión este tipo de encuentros, aunque siempre está la vecina del barrio que te conoce de pequeña, que antes de darte los dos besos de rigor te planta en tu cara lo de "pues yo creo que has engordado" o "ya se te van notando los añitos, bonita". Gracias. Yo también te quiero.

Mis sobrinas mayores cotorreaban ayer acerca de los exámenes y de que en estas fechas están siempre hasta las orejas de estudiar. Y me he acordado de mi etapa universitaria, cuando teníamos exámenes desde mediados de mayo hasta casi primeros de julio y las fiestas nos cogían siempre atacados de los nervios y estresaditos perdidos. Había exámenes que nos tocaba pasarlos en sábado por la tarde (qué gran planificación de la facultad) y, a la que volvíamos de hacerlos, cansados, quemados y con la espalda dolorida por los duros bancos del Aula Magna, nos sentábamos en una terraza próxima a la parada del autobús para tomar un agua de Valencia. La gente iba y venía, endomingada como en los días grandes, camino a la feria o a tomar algo en los chiringuitos, y los vendedores de globos se multiplicaban como los panes y los peces.

Mis compañeros de facu y yo solíamos quedar un día en las fiestas para irnos a bailar y a tomar cervezas y mojitos, dejando a un lado, excepcionalmente, a nuestros amigos habituales. Por entonces, en cualquier solar sin construir del centro de Getafe, se montaba un chiringuito con mesas y una orquesta, chiringuitos que solían pertenecer a los partidos políticos. Asi que lo normal era decir: vamos a Izquierda Unida, vamos al PP o vamos al PSOE. Siempre sentimos preferencia por el de Izquierda Unida, era el que mejor ambiente tenía y sus mojitos eran espectaculares. Al día siguiente, vuelta a la normalidad, a meter las orejas entre los libros hasta las tantas, mientras a través de la ventana abierta te llegaba el eco lejano de la música y la juerga.

Ha habido años que las fiestas han sido pasadas por agua (dicen que en cuanto mueven a la Virgen de los Angeles, llueve) o ha hecho hasta frío, pero siempre las asocio con calor y buen tiempo. La ciudad se convertía en una especie de terraza de verano improvisada con mesas y sombrillas por todos lados. Llegabas a preguntarte si de verdad vivía tanta gente en Getafe o es que les había dado por salir a todos al tiempo, para agobiarte a posta. La feria aún estaba en el casco urbano. Ahora la instalan en las afueras, donde no moleste tanto a los vecinos, cosa comprensible a todas luces, pero que hace perder encanto al asunto. Y los chiringuitos desaparecieron cuando algún avispado constructor se percató de las posibilidades del solar en vertical con pisos de dos dormitorios y terrazas a la calle.

Las fiestas de Getafe siempre han sido el hall de entrada el verano, esa puertita pequeña que entreabríamos para ver allá al fondo la promesa cierta del fín de las obligaciones, de las tardes eternas en el parque hasta que la noche se hacía negra y oscura, cuajadita de estrellas, de la posibilidad de volver a ver el mar un año más. Ayer, mientras el sol me chamuscaba la nariz y veía a la gente paseando por la calle Madrid, pensé que hay cosas que nunca cambian.

1 comentario:

  1. Estas cosas me encantan. Parece que todo el mundo está aletargado hasta que pasa ese "algo" que hace que la calle se convierta en un hervidero. Y si hace solecito es tremendo. Y si además lo tienes asociado al inicio del verano ni te cuento.

    Un besito, guapa. Que tengas un buen día...

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