martes, 9 de junio de 2009

Los Galeones de Rande (Segunda Parte - La Batalla)


La Flota de Indias, fondeada en la Bahía de San Simón, no sabía lo que se le venía encima. Rooke, el inglés que mantenía el cerco a Cádiz y al que le habían dado estopa de la buena desde la ciudad (perdió 10 navíos y 6 fragatas), se entera de hacia dónde se dirigen los galeones españoles cargados de oro, por lo que pone rumbo a Finisterre, dónde llega el 20 de octubre. Ordena a dos balandras hacer una batida por todas las rías gallegas en busca de su objetivo y, una vez hallado en Vigo, manda buscar a la escuadra anglo-holandesa de Shovel. Entre ambas flotas sumaban 27 navíos de línea, 5 fragatas, 6 cañoneras, 10 barcos incendiarios y 9 bajeles mercantes; en hombres, unos 15.000.

Mientras Rooke organizaba el reencuentro de las dos flotas y el posible ataque, los galeones españoles empiezan a desembarcar a toda prisa la parte de las mercancías que corresponden a la corona, que son cargadas en carros de bueyes y enviadas a Santiago de Compostela, Lugo, Toledo, Valladolid y Madrid. Algunos carros fueron asaltados en el camino y robado su contenido y como caso curioso tenemos el del suceso de Chantada (Lugo), donde el señor de la villa, Juan Manuel Enríquez Sarmiento, interceptó las mercancías pensando que eran fruto de un robo, ya que no tenía ni idea de lo que acontecía en Vigo. El quinto real llegó a Madrid, frente al Casón del Buen Retiro, el 30 de octubre. El príncipe de Barbazón, capitán general de Galicia, con instrucciones de Velasco y Chateaurenault, distribuyó los efectivos terrestres en las maltrechas baterías de la bahía. Unos 800 hombres entre Vigo y Rande, en cuya fortaleza Velasco colocó una compañía de infantería de su nao capitana, la “Jesús, María y José”, otros 400 hombres más. Milicianos de la zona, unos 300, se ubicaron en las proximidades de este bastión semiderruido y en Vigo se atrincheran casi 1000 soldados entre la pedanía de Castro y el también destrozado fuerte de San Sebastián.

El domingo 22 de octubre por la mañana, los lugareños de Donón (Pontevedra) pueden contemplar un espectáculo asombroso: una ristra interminable de velas se dirige en completo silencio a la bocana de la ría de Vigo. Según la cuenta de algunos pescadores eran 189 barcos de bandera desconocida que asomaban entre la niebla reinante. Cuando la bruma se despeja pudo verse la enorme flota de Shovel y Rooke, que queda anclada frente a Cangas. Los vigías españoles, al reconocer las enseñas y banderas, corren a dar parte de Velasco y Chateaurenault. Aún quedaban galeones sin desembarcar mercancías.

En cuanto despuntó el día, Rooke puso en marcha a sus buques, que dividió en dos grupos. La escuadra de Shovell se mantuvo a la salida de la ría por si la flota de Chateaurenault intentaba salir a mar abierto. Poco antes de las 11 de la mañana, una doble andanada de cañonazos franceses atruena la ría de Vigo: buscan el casco del navío inglés Torbay, que había hecho una mala maniobra y estaba expuesto al fuego enemigo. Un buen número de buques galos se suma a la andanada brutal de cañonazos, tratando de mandar a pique al Torbay, ensordeciendo a todo ser vivo en kilómetros a la redonda.

Entretanto, la fortaleza de Rande había claudicado ante el empuje de una fuerza muy superior de hombres desembarcados desde los buques ingleses y sus piezas se dirigían ahora a la flota franco-española. Chateaurenault se desesperaba al ver como los navíos que protegían a los galeones eran ahora atacados por babor –navíos enemigos- y estribor –fuertes capturados- y quedaban en medio de un mortífero fuego cruzado. Una vez abierta la barrera, que precariamente se había construido con cadenas y que había aguantado bastante poco, había dentro de la bahía casi 60 navíos invasores cercando y cañoneando a menos de 20 franco-españoles. El número de cañones anglo-holandés era 3 veces mayor que el franco-español, sin contar las piezas de tierra.

Los galeones más alejados de la dársena, como el Santo Cristo de Maracaibo o el Nuestra Señora del Rosario, todavía conservaban parte de su carga y los ingleses Monmouth, Grafton y Kent, todos armados con 70 cañones, se estaban aproximando peligrosamente a ellos. El capitán Jennings, del primero, había recibido el informe de que esos tres galeones eran los únicos que portaban algún tesoro, pues los demás estaban completamente vacíos. Avisado Rooke, éste mandó a aquellos tres buques que rompiesen la línea gala y los abordasen. Chateaurenault ya había consensuado con Velasco la posibilidad de quemar y hundir sus barcos y los galeones como mal menor. Convertida en una ratonera anegada de escombros, la bahía de San Simón no ofrecía ninguna garantía para la navegación fluida, amén de que las arboladuras de los barcos franco-españoles estaban casi amputadas. La posibilidad de huida era nula. Desde los navíos ingleses, con rabia, comienzan a ver una sucesión de pequeños incendios que empezaron en los buques de la flota de la plata. Material inflamable había sido extendido por las cubiertas y aparejo y el contralmirante José Chacón en persona prendió fuego a la vela mayor de su nave, la Bufona. Al ver las intenciones del enemigo, Rooke se apresuró a señalar que parasen los disparos definitivamente y se intentase sofocar el fuego, principalmente de los barcos que aún tenían carga en sus bodegas.

Desde la aldea de Teis, de donde eran naturales la mayoría de los campesinos que habían colaborado en la descarga de las naves, los aterrados espectadores veían como el Santo Cristo de Maracaibo quedaba a merced de las olas. El Monmouth remolcó al Santo Cristo en dirección norte, con intención de sacarlo de la ría. Su capitán, Jennings, aullaba desde la cubierta a la dotación de presa del galeón para que desplegasen las velas y apurasen la marcha. El Santo Cristo tenía varios disparos en el costado de babor, pero su velamen y palos estaban casi intactos. Mientras todo esto sucedía, Velasco tuvo que enfrentarse a su tripulación que, en botes, querían aproximarse al Santo Cristo para tratar de hacerse con mercancías valiosas. El almirante español, blandiendo su arma, tuvo que obligarles a rematar la quema de la nao capitana. Una vez conseguido, enfundó su arma, saltó por la borda y nadó hasta la lancha británica en la que ya estaba preso el contralmirante Falcón y fue llevado hasta el navío Bedford, desde donde pudo ver como las llamas devoraban la bandera de los Austrias que aún ondeaba en el palo de mesana de su nave. Fiel defensor de la línea de los Habsburgo, el almirante se había negado a reemplazarla por la Felipe V. Poco después el barco se hundió y todavía puede intuirse su fantasmal figura entre las bateas de mejillones de las turbias aguas de la ría de Vigo.
Una explosión endemoniada sembró de astillas quemadas y trozos de tela ensangrentada los alrededores del galeón Nuestra Señora del Rosario. La fragata francesa Dauphine había estallado y arrojado a decenas de metros de distancia a su esforzada tripulación que había cumplido con celo y disciplina la orden de no abandonar el barco hasta estar seguros de que se quemaba y se hundía

Dando ejemplo a sus oficiales, Chateaurenault se precipitó a bordo de un bote arriado a última hora del Le Fort. Remando con vigor junto a su capitán y 15 marineros, algunos con las manos o los mosquetes, intentaban alejarse del sofocante calor que desprendía el navío en llamas. El que fuera buque insignia de la flota franco-española ardía como un candil en medio de la ría de Vigo y su humo se sumaba a la nebulosa que envolvía aquel escenario tétrico. El almirante francés suscribió a rajatabla el código del buen comandante: fue el último en abandonar el barco. La llegada de la tarde se iluminaba con las llamas de los galeones ardiendo. El San Diego de San Francisco Javier y Nuestra Señora del Rosario fueron arrastrados fuera de la ría a la mañana siguiente, y con ellos un botín para los ingleses de unas 25.000 libras. Con parte de ellas la corona inglesa acuño una serie de monedas conmemorativas de la batalla.

El tercer galeón capturado, el Santo Cristo de Maracaibo, que era remolcado por el Monmouth a la altura de las Islas Cíes, se precipitó contra el estribor del buque inglés cuando éste chocó contra un pedregal de la isla más al sur. El capitán inglés, Jennings, a punto estuvo de caer por la borda en el accidente. Al Monmouth se le abrió una brecha enorme en la proa. Los cables que remolcaban al Santo Cristo se rompieron casi en su totalidad y las olas lo empujaban sin remedio contra las piedras. Las dos naves estaban fuera de control, pero los ingleses aún trataban de asegurar el botín del Santo Cristo. Arriaron botes y casi 100 hombres llegaron al galeón español y treparon por sus escalerillas

El galeón se escoraba a babor y las olas y el viento dejaban una imagen borrosa de su contorno, que, debido al agua en su interior, ya empezaba a quedar a la altura de la superficie marina. Los hombres de Jennings descargaban apresuradamente y tiraban al mar todo lo que podían, mientras otros marineros lo recogían como podían del agua. Otro crujido atravesó la mañana gallega. El Santo Cristo se había partido en dos y hacía agua por doquier. La dotación enviada por Jennings y la que ya había en el galeón se esforzaron por desalojar de sus bodegas todo lo tuviese valor. Hasta el propio Jennings se lanzó a la rapiña, abandonando su propio barco. Cuando Rooke, que venía en su ayuda, llegó al escenario del suceso, el Santo Cristo ya se había hundido. Los ingleses lograron unas 20.000 libras. El resto del cargamento del galeón, que algunos historiadores cifran en un millón de pesos de la época, sigue bajo el mar.

En su afán por salvar los tesoros, casi 400 hombres de la flota invasora murieron después de la batalla. Sólo el Santo Cristo se llevó a 190, que estaban en su interior en el momento de irse a pique. A estas bajas hay que sumar las producidas en el combate, por lo que el total rondaría los 1200 caídos. Las bajas franco-españolas fueron más reducidas, unas 800, principalmente francesas y en los combates de tierra, defendiendo el fuerte de Rande y el de San Sebastián.

6 comentarios:

  1. ¿Esto es real? Es decir, si hubiese un tesoro escondido y se sabe donde fue la batalla ¿no habrían invertido los gobiernos para sacarlo? Suena mucho a leyenda, ¿no?

    Me ha gustado mucho. Lo cuentas de forma muy amena: me lo he leído todito y eso que yo no leo texto con tan pocas fotos :D

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  2. El supuesto tesoro que pudiese quedar en la ría de Vigo o en la Bahía de San Simón, creo sinceramente que no existe. Ha habido muchas expediciones, desde apenas 10 años depués de la batalla, y no han sacado nada. Los galeones están ahí, eso es cierto, pero se vaciaron a tiempo y a toda prisa para evitar que los saquearan.

    Otra cosa muy distinta es lo del Santo Cristo de Maracaibo. Con la habitual desidia de los diferentes gobiernos, no se ha movido un dedo para localizar el pecio. Se sabe más o menos por dónde puede estar, pero aún no se ha encontrado. Pero como éste hay bastantes barcos hundidos en su mismo caso. Lo que sí es cierto es que los ingleses lo inventariaron antes de remolcarlo y que hicieron todo lo posible por salvar su contenido antes de que se hundiera, pero apenas se hicieron con una parte, ya que se fué a pique con una velocidad pasmosa llevándose a casi 200 ingleses por delante.

    Además, para más inri, los piratas del Osissey han estado rondando por aguas de las Cies con su tecnología de la Nasa y con mucho descaro, tratando de hallarlo. Evidentemente son aguas jurisdiccionales españolas, pero éso se la trae el pairo. En una ocasión, no hace mucho, en cuanto lo divisaron, todas las flotas de pescadores de Vigo, Cangas y Moaña se hicieron a la mar y le rodearon para evitar cualquier movimiento de esa cuadrilla de mangantes.

    Al menos no me negarás que la historia es fascinante...

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  3. Hay varias dudas con respecto al Santo Cristo de Maracaibo. La primera, es que no se sabe a ciencia cierta que era éste el buque remolcado (se cree que fue el nombre más "sonoro" de todos los que había, bautizado por Stenuit). Parece ser que el Sto. Cristo está hundido a pocos metros de la playa de Cesantes.
    La segunda duda es que el hecho de que estuviese lleno de tesoros el barco presa del Monmouth tampoco está del todo claro. No parece más que una exageración de los ingleses para justificar su segundo fracaso (éste económico, el primero fue su ataque a Cádiz) y de ésta forma decir que se perdió casi todo en el naufragio.
    Y tampoco está demostrado que se hundiera rápidamente, en algún documento se cita que tardó varias horas en hundirse (tiempo suficiente para traspasar la carga a otra buque, en el caso de que existiera)

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  4. Gracias por la visita, Agustín. Tienes toda la razón: las certezas acerca de los sucedido, del supuesto tesoro, de la identidad auténtica de los galeones están siempre en el aire. Yo he recogido la más extendida más que nada como labor didáctica, ya que es uno de los ejercicios que usé para mis alumnos de la academia. Es una pena que no sepan nada de todo ésto. Además, como bien apuntas, los ingleses son los reyes del autobombo y el marketing propio, no van a contar todo lo que perdieron o se les fue a pique. Un abrazo.

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  6. Es una pena que no sepan nada de todo esto...y de otras muchas cosas de la historia de Vigo y su Ría. Lo que me sorprende es que en ningún colegio de Vigo se haga la más mínima mención a ella, ni tan siguiera un trabajo. Hay una especie de desprecio hacia nuestra historia, haciendo caso del mito popular de que Vigo no la tiene . Es precioso estudiarla imaginándote que los personajes que la forman son gentes que andaban por tus calles o que alguno de ellos puede ser pariente tuyo, es excitar la imaginación al mismo tiempo que aprendes historia de tus lugares más cercanos.

    14 de mayo de 2010 11:04

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